10.1.07

Náufragos en Riazor

En el instante exacto en el que el Madrid se colocara a un milímetro de desaparecer, quienes le odian acudirían enseguida a lanzarle una soga. Vendrían de toda Europa. Mucho más que su presidente, serán siempre sus rivales los que aseguren que el Madrid no está tan mal. Lo hizo el entrenador del Deportivo: “Son un Mercedes que van a jugar contra un cochecito”, dijo horas antes de aplastar el Mercedes como si se tratara de una miniatura de papel. El Madrid es un analgésico perfecto, pero absolutamente ineficiente si se le anula la leyenda. Los tres puntos del Dépor no sólo les sacan de la zona de los que bajan: la emoción de la hazaña casi los dispara hacia arriba, como si en lugar del analgésico se hubieran tomado un whisky.

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Para Raúl, ir a jugar a Riazor debe de ser como pasar los domingos en un parque al que también va un niño enorme que siempre le roba la merienda, las canicas y los tebeos, y que además le patea el culo y le rompe los pantalones. Una maldición inabordable. Todavía no ha conseguido ganar allí un partido de Liga, y circula entre el barro como buscando un padre que frene al niño enorme. “No podemos volver a dar esta imagen”, dijo al final. Pero en sus ojos de náufrago no se encuentra una sola pista de que puedan conseguirlo.
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Algo oscuro merodea el Bernabéu. Gago no tenía miedo el día que, con Di Stéfano al lado, le entregaron la camiseta; pero poco antes de volar hacia Riazor para estrenarla de verdad, ya le había alcanzado cierto tembleque: “No vengo a salvar a nadie”. Fue poco después de ver a Cassano intentando colarse en un partidillo de entrenamiento, y a Capello echándole del campo. Poco después de ver a Cassano mirar un entrenamiento sentado sobre una nevera portátil.
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Antes, por las noches, los jugadores se contaban historias de gloria. Como aquella de Redondo a Raúl, en la habitación, la noche antes de la final que le ganaron a la Juve: “Raúlo, ¿te imaginás que mañana sos campeón de Europa”. Ahora parece que sueñen todas las noches que juegan en Riazor y no pueden escapar.
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Mijatovic decía ayer: “Se han detectado todos los problemas y somos capaces de resolverlos”. Una vez, al día siguiente de las historias que se contaban Redondo y Raúl, Mijatovic marcó después de un recorte y 32 años. Pero ahora habla desde lo alto de una corbata.

Publicado originalmente el 9/1/2007 en
Libro de notas.

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